Leer antologías ofrece siempre un doble placer: el que ofrece la propia poesía contenida y el que regala el antólogo, con su selección, su prólogo y sus notas. En España se publican muchas, con especial querencia por las antologías temáticas, y algunas, muy buenas, fruto de un trabajo minucioso. Las más valiosas son, a menudo, las más personales, las que, sin renunciar a la búsqueda de lo mejor de entre la obra de un poeta, toman como guía el gusto particular.
A finales del año pasado, Renacimiento publicó Cantar del destierro, una magnífica antología de la poesía de Jon Juaristi, elaborada por otro interesantísimo y profundo poeta, Rodrigo Olay Valdés. La oportunidad de su publicación no podía ser mejor, más de tres décadas después de Diario de un poeta recién cansado, la primera obra poética de Juaristi.
Olay advierte en el prólogo, con esa sinceridad tan de agradecer en quienes hacen de barquero entre el poeta y el lector, que los poemas seleccionados son sus poemas favoritos. Y no se me ocurre mejor motivo. Pero es que, además, el recorrido que plantea es un recorrido no total -ninguna antología lo es- pero sí completo por la obra de uno de los grandes poetas españoles. El mérito es más que reseñable porque, aunque Juaristi no es poeta de obra extensa, sí lo es de obra buena, buenísima, deliciosa. Y los que hemos hecho antologías sabemos que la dificultad no reside tanto en seleccionar veinte poemas entre doscientos, sino uno magnífico entre diez excelsos. Olay resuelve con brillantez ese dilema y ofrece 77 piezas que dan justa cuenta de lo que Juaristi es como poeta y de lo que su poesía ofrece. Sorpresa final incluida con la inclusión de más de una decena de poemas no publicados en libros.
Juaristi es más conocido hoy como ensayista que como poeta. Y de no ser por el bien que han hecho sus ensayos, especialmente El bucle melancólico, del que este año se cumplen 25 años, Sacra Némesis o La tribu atribulada, sería imperdonable esa primacía. Sus ensayos, escritos cuando escribir era ponerse en riesgo, contribuyeron a armar una defensa cívica contra el terrorismo. El precio que hubo de pagar el poeta -y sus lectores- fue cierto abandono u olvido de su poesía. Por eso es especialmente bienvenida esta antología de Olay; porque ofrece una excusa -la de la novedad editorial- para retomar, releer, una obra extraña por su rigor léxico, semántico y métrico y balsámica, por su ironismo desengañado, por su desengaño irónico.
Más allá de Spoon River Euskadi
Inevitablemente, por lo ya dicho, a Juaristi se le une al frente contra el terrorismo y el abertzalismo. También en lo que se refiere a su obra poética. Quizá, el poema más conocido del autor sea Spoon River Euskadi; esos tres versos enormes que condensan una realidad terrible.
Pero, ¡hay vida más allá del Spoon River! Y qué vida. El poema que abre la antología, Trenos de Vinogrado, es un aviso extraordinario. Perteneciente al primer libro del autor, en ese poema, formado por varias composiciones de las que Olay selecciona cinco, es el aldabonazo primero. Nos presenta ese mito personal que es Vinogrado, una suerte de Bilbao postmanchesteriano, que es, quizá, una de las más originales aportaciones a la poesía contemporánea española. El aviso se confirma con Ruleta rusa, perteneciente a Suma de varia intención, el segundo libro del autor, en el que se publicó por primera vez el Spoon River. Un poema, como muchos de Juaristi, rememorativo, apegado a esa infancia en Gaztelueta; tierno, pese a todo, en sus primeras estrofas y terrible, en el fondo, al final, cuando del recuerdo se anda hasta el presente que fue cuando lo escribió. También de ese segundo libro, El gas de mi mechero. Un poema extraordinario, nada sutil en su planteamiento, y por eso, capaz de remover tanto.
De Arte de marear, el tercer libro, hay un poema de entre los que se rescatan en la antología, que es especialmente hermoso; Palinodia. Lo es por ese ironismo tantas veces mentado, que se expresa en toda su hondura. Juaristi no es un poeta de monsergas -a Dios gracias- ni moralinas. Observa el pasado, cuando lo observa, con la distancia que la cordura exige, llena de risas maceradas para uno. Pero ese yo -y por esto es especialmente interesante este poema- se confunde con lo generacional. Juaristi, como otros de su quinta, fueron hijos de su generación más que ninguna otra cosa. Fueron militantes generacionales. Y cuando escribe a otro compañero de añada, se refiere a sí mismo y viceversa. De esto, inevitable pero conscientemente, se irá desembarazando con el tiempo.
Un poeta sin edades
Los paisajes domésticos, el cuarto libro de Juaristi, es, junto con Suma de varia intención, el mejor libro del autor y quizá, uno de los que menos se ha ponderado, pese a ser el que condensa con vigor pleno las mejores muestras de la poesía del autor.
Claro que con Juaristi sucede -siempre sucede algo con la poesía de Juaristi- que es un poeta sin edades. Sin esas divisiones que los estudiosos hacen para abarcar las obras y poder observarlas. Juventud, madurez… son categorías que no le van bien a la poesía de este autor. O le caen con las mangas cortas o hay que cogerles el dobladillo. Y aunque hay, claro, un desarrollo en la poesía -no sé si tanto en la poética-, desde el comienzo el autor dejó claro su santo y seña, ya mencionado más arriba, que ha permanecido, con variaciones pero sin permutaciones, a lo largo de toda su producción.
En Los paisajes domésticos, y muy bien expresado en los poemas que escoge Olay, especialmente en el poema Las viejas amistades, el lector no se encuentra con una poesía y un autor sustancialmente distinto al de los primeros libros. Puede encontrar, sí, una forma estrófica nueva; un recurso o incluso una palabra que llame a novedad. Pero el poeta sigue siendo un poeta lleno.
Sucede a no pocos poetas que con el tiempo y el pasar de libros y poemas, van vaciándose y acaban por evitar la gravedad a fuerza de no pesar ni los gramos de un folio. Con Juaristi, pese a que va y viene por temas parecidos, cuando no los mismos, eso no sucede.
¿Diversión? ¡qué palabra!
No sucede porque, además de la brillantez desbordante del poeta, que es uno de los pocos consensos que hoy existen en el mundo cultural español, Juaristi es un poeta ¡divertido!… esa palabra que parece desterrada de la cultura. Es entretenido de leer y es difícil cansarse. De hecho, no sería arriesgado decir que Juaristi se cansa antes de sí mismo que nosotros, sus lectores, de él.
De los libros quinto y sexto, Tiempo desapacible y Prosas (en verso) respectivamente, hay dos poemas especialmente gustosos: Palinuro y De Profundis. Pero es en Vientos sobre las lóbregas colinas en donde esa noción de diversión encuentra un poema genial.
Íñigo se titula. Está escrito para su hijo. Y escribe con toda la ternura de un padre que además de saberse expresar como lo hacen los padres, con besos y abrazos, es capaz de hacerlo también con un lenguaje sencillo, común, sumamente tierno. Es un canto a la paternidad como se han escrito pocos en las últimas décadas -el libro se publicó en 2008-. Y al final del poema, como si Juaristi se hubiera dado cuenta de cómo los versos le habían llevado a terrenos de intimidad plástica, expresiva, cierra la composición con tres versos que son un giro genial.
Esta es una de las constantes en los poemas de Juaristi. Se deshace durante versos y estrofas, escribiendo sobre recuerdos o sucesos de la mayor trascendencia, y cierra el poema con un giro humorístico que, lejos de desmerecer el poema, lo pone en su justeza.
Cierran la antología las composiciones seleccionadas de Renta antigua, el último libro de poemas de Juaristi, entre las que está el poema que da título a la selección, Canto de frontera. Aunque yo resaltaría, Amor y pedagogía.
De los inéditos, Éclair, ¡Éclair!, dedicado a Joseba Pagazarutundúa y 2017, una recopilación de pérdidas.
Cantar del destierro es una magnífica antología de un brillantísimo poeta. Una oportunidad de conocer la obra de Juaristi y la razón perfecta para reconocerla como merece. De no ser porque el autor pasa un poco de esos líos, ya se hubiera hecho. Olay, por ello, además de ofrecer al lector este extracto, resuelve una de esas anomalías que se dan en la literatura y que, en justicia, no podía seguir sin solución.
Cantar del destierro
Antología poética
Jon Juaristi
Selección y prólogo de Rodrigo Olay