Entrevista al Marqués de Tamarón: «La lengua lo soporta todo menos que le capen el diccionario»

Detrás del coloquial Tamarón por el que se le puede encontrar en Internet está D. Santiago de Mora-Figueroa y Williams, IX Marqués de Tamarón. Es diplomático de carrera, y aunque su modestia le lleve a negarlo, humanista. Un digno y brillante sucesor de Agustín de Foxá. Mauritania, Francia o Dinamarca fueron algunos de los primeros países en los que estuvo destinado, hasta que fue reclamado para dirigir el Gabinete del Ministerio de Exteriores. De ahí, se hizo cargo de una incipiente institución cultural, el Instituto Cervantes que dirigió desde 1996 hasta el 1999 cuando aún éste estaba dando sus primeros pasos. De sus años allí aún queda recuerdo en el Cervantes, sobre todo en las personas que coincidieron con él. Y da igual si son más o menos afines a Tamarón, todas coinciden: trabajador, educado, inteligente. Un caballero, sin duda.

El BOE le sacó de su jubilación al ser nombrado Embajador de España para la Diplomacia Cultural, cargo que ostenta sin remuneración alguna, ni despacho ni nada.

Con Madrid derritiéndose, Tamarón nos recibe en su despacho. De modales exquisitos, hace gala de su buen sentido del humor prestándose con una sonrisa a todas las peticiones de la fotógrafa. Su conversación es inabarcable para un aparato tan limitado como la grabadora.  La charla promete y empezamos a bocajarro.

 

Usted es el Embajador de España para la Diplomacia Cultural, ¿En qué situación se encuentra nuestra cultura en el plano internacional?

Yo creo que la situación es muy buena. En realidad, la imagen de la cultura española tan sólo se deteriora cuando los propios españoles nos empeñamos en señalar únicamente lo patético, de pathos, sin completarlo con lo lógico, de logos, lo dionisíaco sin lo apolíneo. A veces toma la forma de lo que uno de los escritores del 27 llamaba la “perenne tentación del arroyo”, la atracción de lo sórdido. Ese rasgo es común a todas las culturas, no es privativo de la española.

¿Habría que purgar ese aspecto patético?

No creo que haya que purgarlo. Creo que debe haber un cierto equilibrio entre ambos. Fíjese en los iconos rebosantes de patetismo de nuestra cultura, sin ir más lejos Don Quijote y Carmen la Cigarrera. Al pensar en ellos, uno se pregunta, ¿cómo podemos vender productos de calidad teniendo como iconos al Quijote o a Carmen? Porque los iconos son los mismos para pedir dinero prestado que para vender fuera.

¿Entonces, nos dañan esos iconos?

No nos vienen bien, salvo que tengan su equilibrio. Que Carmen la Cigarrera esté por un lado junto con la Celestina y el Buscón, por ejemplo, pero sin excluir los sonetos del propio Quevedo, equivalentes a lo que los ingleses llaman poesía metafísica. Una cultura se compone de muchas cosas. No se trata de eliminar el Goya más descarnado o el Valle Inclán más esperpéntico, sino equilibrar esos iconos con otros muchos que tenemos, y que de hecho están presentes en los mismos escritores o pintores.

Por lo tanto, lo que usted propone es una renovación de nuestros iconos culturales ¿no?

Claro, pero eso no está en manos de nadie, ya que la cultura no es propiedad de ningún individuo y ni siquiera de una nación cuando se trata de una cultura como la nuestra, la hispana, tan extendida en el mundo. En el fondo los iconos culturales son nada más y nada menos que imágenes.

Hay varias teorías sobre las imágenes de los países; hay quienes creen que es conveniente que un país tenga varias imágenes para usarlas según las circunstancias, y hay otros que consideran que es inevitable tener tan sólo una.

¿Y por cuál se decanta?

Tener una imagen determinada para exportar productos industriales o agrícolas y luego una imagen distinta para un turismo de sol y playa, más de juerga, y luego otra para el turismo cultural y además otra para atraer inversiones… Mi impresión es que resulta imposible, porque además, en el fondo, no hay varias imágenes. Los países tienden a tener una sola. Y ésa no es fácil modelarla, ni está en la mano de nadie perfilar una imagen que sirva para todo. Pero si no lo intentamos, si sistemáticamente adoptamos como iconos el Quijote embistiendo contra los molinos y Carmen la Cigarrera con la navaja en la liga estaremos además desaprovechando nuestro inmenso patrimonio cultural. Esas dos son unas de las posibles imágenes. Pero si vamos a tener una sola, no son las mejores.

¿Y sabe qué es lo peor?. Que Carmen la Cigarrera no es un icono de invención nacional, sino que lo creó Mérimée, que era un gran hispanófilo y no lo hizo, como algunos creen, como baldón de la España de navaja y pandereta, sino que a él le parecía, pues era un romántico, la imagen de un país gallardo. Pero enseguida en España aceptamos el estereotipo con entusiasmo suicida.

¿Algún ejemplo de país que lo haya clavado en este aspecto?

Los italianos han sido ejemplares. Escogieron como icono el mejor, que sirve para todo, que es Leonardo da Vinci. Leonardo escribió desde un libro sobre cómo cocinar la pasta hasta un libro sobre máquinas voladoras y otros trabajos sobre medicina y anatomía, pintó La última cena… Sirve para todo. Por eso en las monedas del euro italianas, que son las más hermosas, aparece el Hombre de Vitruvio que dibujó Leonardo. Un diseño maravilloso propio del humanismo renacentista, es armonía pura, es perfecto. Los alemanes también acertaron. Cuando después de la II Guerra Mundial tenían que encontrar unos iconos propiamente alemanes, pero que evitaran la relación con el nacionalsocialismo hitleriano e incluso con ciertas preferencias de éste como Nietzsche o Wagner. Lo resolvieron muy bien también, con la creación del Instituto Goethe. Goethe es perfecto, sirve para un roto y para un descosido.

 

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