Ya está en los anaqueles –en los que aún aceptan poesía, que no son muchos– el libro del accésit del Premio Adonáis 2017, Que aún me duelas. Ya está, con sus dimensiones portátiles, como de tesorillo a guardar cuando las bagaudas arrecien. A la alegría de la mención y a la de la reciente publicación, se suma una mucho mayor, mucho más honda y, en el fondo, más importante, por lo que tiene de atemporal: compartir catálogo con Vicente Gaos, José Ángel Valente, Francisco Brines o Claudio Rodríguez. La suya era –es– una raza de poetas que para el poeta-lector joven, comparte naturaleza con la quimera. Por eso, la alegría de verse ahí, impreso en las páginas finales del libro, compartiendo elenco con estos poetas, es una alegría perpleja, confusa, abrumadora.
III
Será esperanza que tú aún me duelas,
después de tanto tiempo. Será que
aún permaneces -pura inmanencia-
clamando sordamente en lo absoluto.
Cuando la eternidad sea medida
de todas las cosas, será esperanza
más allá del tiempo que aún me duelas.
Y la mártir vocación de mis labios
carmesíes, ascuas y clavo ardiendo.
V
Voy a llevarte a un altar de piedra rota
que haya visto tanto amor, tanta muerte,
tanta vida estrenada en la mortaja,
tanto bautismo, que sea la piedra
quebrada pura tradición de ruinas
de un Amor que nos habla. Voy a llevarte
a un altar con una espada de plata
que sea una evocación de la sangre
y la vida; de lo que se derrama,
que es lo único que vale una batalla.
XIII
¿Cómo ellos van a conocer quién tú eres
en verdad, si jamás leyeron mitos
ni leyendas, si corren devastando
lo sagrado a la busca de consensos
que no existen, si todo lo que pasa
suponen que pasa sólo por ellos?
¿Cómo podrían ellos conocerte
tal realmente como yo, que vivo
en mundos inventados y conozco
el clamor con que braman las trompetas
de plata, que reconozco el dictado
de Dios y su Providencia en el Mundo?
No podrán amarte. No quienes nunca
anduvieron Madrid como un cruzado
los patios de Acre o un pirata su barco
con el nombre de un rey descabezado;
no quienes nunca soñaron con torres
o hecatombes los domingos, en misa
cuando el sacerdote lee el Antiguo
Testamento -Saúl y la victoria
sobre Nahás y su tropa amonita.
No podrán nombrarte. Lo desconocen
todo sobre liturgias y palabras.
¿Cómo te van a amar si, aunque te llamen
por tu nombre, para ellos serás algo
equivalente a una onomatopeya?
Podrán decir que eres una mujer.
Dirán: es alta o es baja, es guapa o es fea,
es lista o es tonta. Podrán decir miles
de cosas y estarán diciendo nada.
Porque sólo quien ha leído a Homero
puede amarte (nombrarte). Porque sólo
quien conoce lo que en verdad encierran
los mitos, reconoce lo sagrado.
¿Y qué eres sino un animal sagrado,
una gacela de bosque vedado?
Sin los huesos de los mitos no hay carnes que se sostengan