La tertulia del Galindo I

El Galindo es un bar, claro. Dónde sino puede tenerse una tertulia. Describirlo sería absurdo, pues podría ser cualquier bar de España. Nada tiene de particular. Es un bar de estos que son de toda la vida. Lo que significa que es en la suciedad, en las cabezas de gambas tiradas, los ceniceros rebosantes de servilletas usadas y en los baños claustrofóbicos y pegajosos, en donde reside su encanto; hay algo de comunión en los desperdicios que se superponen como estratos arquelógicos, porque a fin de cuentas, todos hemos colaborado en su deposición. La suciedad del Galindo es una suciedad compartida. Y eso une mucho. 

I

La campanería de la iglesia no había cesado aún su llamada de en punto, cuando crucé la imposta y las jambas del café, dispuesto al aperitivo sabatino. Desde una esquina recoleta, gestos histriónicos.

– Muy buenas -me saluda el Crítico

En la mesa, la revista en la que escribe. Me la alcanza, abierta por la página que firma. Un ojeo rápido.

– Te has pasado un poco ¿no? -le digo, mientras nos sirven los cafés

– ¿Pasado? ¿Tú has leído su último libro?

-No, aún no… pero vamos, ¿crees que era necesario llamarle escritorcillo mediocre y arrabalero?

-Lo es, Álvaro, lo es. Créeme.

-Hombre, su primera novela no estaba mal y la tercera era realmente buena…

-¡Ja! La sorpresa de un autor que empieza, para la primera y, pura suerte para la tercera -respondió, como si hubiera lanzado dos estocadas certeras y definitivas- Mira, tú es que no sabes de qué va esto. Este tipo es un capullazo. Todo el mundo lo sabe. El otro día, en la Escuela, coincidimos unos cuantos y, claro, salió este tío en la conversación. ¡No veas cómo le ponían! De pringezorra para abajo y eso que yo fui comedido, a pesar de que me ha hecho alguna putadilla que no se me olvida. Y a otros tampoco…

-Pero yo pensé que tú criticabas libros…

-Con los libros no se vive. A estas alturas deberías saberlo. Lo que queda es el personaje. Desmontarlos, hacer ver a la gente que el escritor que leen es un mamón colorao; eso es lo que importa.

-¿Y te quedan amigos?

-Tú eres de los pocos.

-Eso es porque todavía no has escrito sobre mí.

-Ni creo que lo haga. Sólo escribo de autores importantes.

Cruza las puertas un dramaturgo, académico y anciano ya. Sostenido sobre un bastón de esos ortopédicos.

-Mira, fíjate – llama mi atención el Crítico- ¿Sabes quién es?

-Sí, claro estuve viendo su última obra.

-Mira, mira con que jovencita se pasea… ¡y parecía tonto! Tan metafísico y tan de Santa Teresa.

-A lo mejor es su hija o su sobrina

-Desde cuándo las hijas o las sobrinas son como esa… Las mías no, al menos. Las mías son más bien feuchas.  Entérate, que es su amante, que no te enteras nunca de nada.

Al pobre escritor de teatro le cayó un considerable chorreo en los minutos siguientes. La verborrea hostil y ofensiva del Crítico es inagotable. Entremezcla ficción y realidad; altas consideraciones literarias (“su magnífico uso de la deixis”) con otras más pedestres (“qué bastón lleva el mamón… con la de dinero que ha hecho este se podría haber comprado uno más elegante”).

-No sabía que entendías de bastones

-La crítica es universal.

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