A propósito de Jaime Gil de Biedma 

“Durante años he aspirado a ser un gran poeta. ¿Por qué no? Inteligencia, experiencia, sensibilidad, don verbal, curiosidad y pasión por el oficio…

todo eso tengo y, sobre todo, el súbito don de contemplación de un ser o de una cosa,

de penetración en un sentido que me sobrecoge igual que una emoción”

 

Quien firma las líneas liminares de este artículo no es otro que Jaime Gil de Biedma (1929-1990), que las consignó en su diario allá por el año 1956, entre medias de su segundo libro, Según sentencia del tiempo y el que será uno de sus títulos más conocidos, Compañeros de Viaje.  En sus palabras, Biedma da una sucinta pero atinadísima relación de las cualidades del poeta.  Inteligencia no para no caer en el tópico, sino para aplicarle una nueva óptica. Experiencia, tanto en el oficio como en la vida, que llene de argumentos las páginas y los versos. Sensibilidad; una mirada refinada con la que observar, no sensiblería. Don verbal, con palabras llenas de significado pleno. Curiosidad que lleve a bucear en el inmenso panorama del arte. Pasión, sobre todo, pasión por el oficio.

Pero antes que todo esto, las líneas que el poeta escribió en su diario son una recopilación de muchas de las virtudes para la poesía que Biedma tuvo. Y como señala James Valender en la Introducción a Poesía y Prosa del autor español  publicado por Galaxia-Gutemberg, son virtudes que “el autor bien podría haber canalizado únicamente hacia el ensayo o el trabajo crítico”. De hecho, y como el mismo Valender incluye en sus páginas introductorias, un buen amigo de Biedma, el insigne poeta en lengua catalana, Gabriel Ferrater le comentó que por su “temperamento analítico”, le parecías mejor armado para la prosa que para el verso. Y el comentario del inteligentísimo Ferrater, inquietó a Biedma. Tanto que, tras una reflexión que suponemos, escribió en su diario: “He contestado que la prosa se pliega más fácilmente a la expresión de ese talento. Por eso mismo, si uno consigue incorporarlo en poemas, el resultado será menos frecuente y más valioso”. Palabras que no sólo pudieron librar a Biedma de la inquietud generada por su amigo, sino que además apuntaban hacia los derroteros por donde el poeta encaminaría su hacer.

La poesía de Biedma es hoy reconocida por todos como una de las obras más genuinas y de más valor del siglo XX español. Una poesía que, precisamente se caracteriza por el arriesgado intento del poeta de acercarla al ritmo del habla y del pensamiento. Una apuesta audaz porque no sólo implicaba una transformación del lenguaje poético, sino que también supuso fletar un barco que navegaría a contracorriente de las modas que en su tiempo soberaneaban la poesía española. El interés que el poeta despierta lo deja claro: Biedma ganó la apuesta.

Aunque aún quedan quienes lanzan críticas, y no como tales, sino como saetas con afán de hundimiento,  contra la obra de Biedma. Algunas de ellas tan birriosas como la poca producción del poeta. Poco o mucho, son adjetivos cuantitativos que difícilmente pueden ser utilizados con plena seguridad. ¿Qué es poco en la producción de un poeta?, ¿qué es mucho?. Hay tanto elementos, la mayoría de ellos de orden tan personal que difícilmente pueden ser conocidos, que marcan qué y cuánto escribe un poeta que, las críticas acerca de el volumen de la poesía publicada de Biedma se caen por sí mismas. Su propio vacío intelectual origina un peso abrumador, que difícilmente puede ser soportado – salvo por el papel, claro -. Igual que no sería mayor el prestigio de Bécquer por habernos legado mil versos más, tampoco lo sería en el caso de Biedma. Más aún, sus “pocos” versos no son sino la manifestación del respeto que tenía hacia la poesía y de lo muy en serio que se tomaba su oficio de poeta. Tan en serio como para no publicar aquello que no superara sus propias exigencias.  Y esto no es baladí pues, quizá con media docena más de títulos hubiera optado a grandes premios y reconocimientos. Pero antes que eso está, por su puesto, la fidelidad a uno mismo.

Quizá es su arriesgada apuesta poética lo que más críticas le ha granjeado. Como señala Valender, Biedma, en cuanto a la reflexión ética, es sin duda uno de los “grandes moralistas que ha dado la lírica española moderna”. Fueron constantes y rigurosas sus pesquisas acerca de la conducta humana; de la relación que uno mantiene con sí mismo y con los demás. Pesquisas que no arrojan nada halagüeño, tanto en cuanto revelan horizonte “de egoísmo, de inconsciencia y de hipocresía”. Y más que una vena moral, fue su propuesta estética lo que más incomodidades despertó.  Su alejamiento de la entonces encumbrada poesía social, fue también el alejamiento de poetas y críticos anteriores a él que practicaban y defendían una poesía centrada en la experiencia de escribir poesía. Criticaba Biedma en su diario al poeta “incapaz de expresar poéticamente otra emoción que la emoción poética”. Lógicamente, frases con esa despertaron, cuando menos, la irritación de los que se sintieron aludidos – que fueron unos cuantos –. Sin embargo, esta actitud de Biedma no era sino la adhesión coherente a su propia poesía, lo que hizo que la nómina de críticos engordara considerablemente. Y es que al proyectarse Biedma un yo poético que se aleja, paso a paso, de la búsqueda o la creación de un absoluto poético, su poesía no podía menos que exasperar a quienes, al contrario, denodadamente buscaban alcanzarlo. Además, para Biedma queda el mérito de haber renovado por completo esa corriente llamada poesía de la experiencia.

Han pasado 25 años desde la muerte de Biedma y su poesía resiste los envites corrosivos del tiempo y la más peligrosa todavía transformación del lenguaje debilitar su obra, la ha dotado de significaciones nuevas; algo tan sólo al alcance de muy pocos.

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