Hace no mucho, la revista Piedra de Molino publicaba mi poema Éxodo, 3,1. Pese a la sequía de versos, siempre hay arrebatos tenues de orbayos y calabobos de los que quizá, y sólo quizá, puede nacer algo. Nació aquel poema, y dos más (uno de ellos, remedo de algunas postrimerías). Y como veo lejos y difícil el día de un próximo libro, aquí van:
I – Éxodo, 3, 1
Como tendida y desnuda para ser pintada,
en su vientre resuenan las palabras del Éxodo:
«La tierra que pisas es tierra sagrada» y ondea,
como bandera, una llama enzarzada de alianza.
Horeb es en su vientre una fortaleza de muros
altos, obra de mampostería y entraña que dura
desde Eva hasta María. Por eso el artista se agacha,
se descalza y calla para escuchar la voz potente,
como de hueso que vive, del Dios de nuestros padres.
II – Nocturno
Esa luz trémula. Esa luz estremecida.
Ese temblor de cuerpo, tan honesto,
ese cuerpo tan dispuesto a ser vencido.
Ese silencio de lienzo de niebla roto.
Esta noche, noche de rito ya olvidado.
En ella, me precipito yo en mi lamento:
en que nada de lo que tú eres he tocado.
III – Para un epitafio
Os lo dije: por conservador,
como mis ideas, estoy predispuesto
a la derrota. Por güelfo sé que
al final sería mía la victoria.
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